sábado, 24 de agosto de 2019

ORFEO Y EURÍDICE

LA LEYENDA DE ORFEO Y EURÍDICE (O EL TRIUNFO DEL AMOR SOBRE LA MUERTE)



La tradición judeocristiana ha creído desde siempre que el Hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gen. 1:26-27), o mejor dicho, de los dioses (en el texto hebreo del Génesis la palabra “Dios” en realidad es “Elohim” -“dioses”, plural de “El” -Dios-). ¿No habrá sido al revés? ¿Acaso los hombres no habremos creado a las divinidades acorde a nuestra imagen y semejanza? En realidad, Dios o los dioses se parecen a nosotros porque tienen mucho de nosotros; son como nosotros, fieles reflejos de nuestra tragicomedia existencial. En la Mitología griega esto se tenía muy claro: sus historias reflejan nuestros sentimientos, nuestros claroscuros; más que de dioses o de semidioses, hablan de nosotros los seres humanos. La Mitología griega, como la Aventura de la Humanidad, se ha entretejido de diversas historias de dioses-hombres. Una de ellas es la de Orfeo y Eurídice. Existen varias versiones de esta leyenda, por lo que me referiré a ella en una aproximación que puede ser muy personal.

Orfeo era hijo del dios Apolo y de la musa Calíope, nada menos que divinidades de la música y de la poesía respectivamente (en la música griega y casi hasta el Renacimiento, música y poesía eran inescindibles -Folquet de Marseille decía en la Edad Media que un verso sin música era como un molino sin agua-). La música de Orfeo era tan elevada y maravillosa (tocaba la lira, el instrumento preferido de los griegos) que seducía a mortales y dioses, apaciguaba los ánimos y a las fieras, encantando a todos los seres vivientes. Encontrándose en Tracia conoce a la ninfa Eurídice, los cuales se enamoran perdidamente y se casan. Eran plenamente felices. Su afecto no pudo ser más intenso ni más puro.

Pero un aciago día, en ocasión de visitar Eurídice el bosque de sus compañeras ninfas, mientras huía del cazador Aristeo (quien bajo el pretexto de haberle ahuyentado un ciervo le pide a Eurídice un beso para saldar su malestar, a lo que ella no accedió), es mordida por una serpiente y muere. Al enterarse Orfeo se amarga y llora totalmente desolado; su música no lo reconforta pero conmueve tanto a las ninfas y los dioses, que le aconsejan que viaje al mundo de los muertos (el Hades) para rescatarla.

Con su música, Orfeo logra que Caronte lo lleve en su barca, duerme al Can Cerbero y llega hasta Perséfone, la esposa de Hades (el dios de los muertos, nombre con que también se conoce a la región de los difuntos), quien intercede ante su marido convenciéndole de que permita a Orfeo llevarse a Eurídice al mundo de los vivos, a condición de que llegue antes de que amanezca y de que de ninguna forma ni bajo ningún concepto la mire antes de que ambos consigan salir del inframundo.

Orfeo unido a Eurídice salen juntos, pero recordemos que aquél no podía mirarla; imagínense la ansiedad del esposo que sucumbe en deseos de poder estar con su esposa plenamente. Ante el límite entre los mundos de los muertos y el de los vivos, Orfeo gira su cabeza sin poder resistir más para mirar a su amada Eurídice; pero a ésta le quedaba todavía un paso para salir del mundo de los muertos. Así Orfeo no honró su compromiso (no habían salido aún ambos del inframundo, porque Eurídice todavía tenía parte de sí dentro de éste); por lo que ella se esfuma a su lado para regresar al Hades, ante la impotencia y la desesperación de Orfeo. Éste deberá resignarse a regresar al mundo de los vivos, solo y fracasado. Orfeo no hallaría jamás consuelo, no podría recuperar en vida su alegría. Su música triste y desolada se oyó en adelante en toda la Tracia; nada ni nadie lo confortaría.

Esta historia tiene finales alternativos, algunos de ellos tristes, y otros felices.

Se dice que Orfeo desesperado por el dolor se suicida, para reencontrarse con Eurídice en el mundo de los muertos. En otra versión, las Bacantes que se habían enamorado de él y no habían lograrlo seducirlo (también suele decirse en algunas variantes de la leyenda, que fueron las mujeres de Tracia despechadas -o eventualmente bajo influjo de los dioses- por no ser correspondidas por Orfeo, y en otras que fueron sus maridos celosos), lo asesinan y despedazan, erigiéndose un templo sobre el lugar en que quedó su cabeza. Pero de todos modos liberada su alma al fin, Orfeo se reunirá con Eurídice en el Más Allá, donde permanecerían en el Amor que los uniría para siempre.

En el libreto de “L’Orfeo, Favola in Musica”, escrito por Alessandro Striggio il Giovane y musicalizado por Claudio Monteverdi (1607), Apolo, conmovido ante la tristeza de su hijo, desciende en una nube a buscarlo y le invita a recorrer con él el Cielo, animando a Orfeo para que encuentre y contemple al rostro de Eurídice en el Sol y en las estrellas, con el fin de que logre en ello el regocijo y la paz. Rainieri de Calzabigi, en su guión de “Orfeo ed Euridice”, la ópera de Christoph Willibald Glück (compuesta en 1762), nos propone que el dios Amor, conmovido por la autenticidad del profundo sentimiento y desconsuelo de Orfeo, le devuelve a Eurídice, demostrando que su voluntad es más poderosa que la del dios Hades: “Del dolor desaparece toda sombra si yo lo deseo” (recuerden que las tragedias en la ópera del siglo XVIII debían tener un “happy end”, era casi como mandatorio si querían tener suceso en el público); y todos terminan cantando al Amor, de cuya “...cadena, a veces amarga, nunca fue más apreciada la libertad”.

Inspirada en las leyendas de Orfeo surgiría en el mundo helénico y grecorromano una corriente religiosa y de misterios que preconizaba la salvación del ser humano a través de la purificación espiritual, creyendo que podría necesitar varias reencarnaciones para conseguir la liberación total del Alma del mundo físico, cuyo camino más directo era a través del Amor. Sobre estos Misterios Órficos se han elaborado sinfín de afirmaciones y especulaciones; inclusive se ha dicho que son antecedentes del Cristianismo y de actuales escuelas esotéricas occidentales. En estas líneas no exploraremos tras esa puerta; al menos, por ahora.

Les ofrezco al final este link para deleitarse, una representación de “Orfeo ed Euridice”, la ópera de Glück a que ya hicimos referencia. Tengan en cuenta que fue compuesta y ejecutada en Viena en 1762, casualidad o coincidencia, el mismo año en que se publicó por primera vez, en Amsterdam, “El Contrato Social”, de Jean-Jacques Rousseau. La performance es del “Collegium 1704” y del “Collegium Vocale 1704” dirigidos por Váklav Luks, en orquestación y escenario que intentan reconstruir una interpretación ambientada en el siglo XVIII.

Yo prefiero creer que el mito de Orfeo y Eurídice tiene un final auspicioso y una enseñanza: mientras queramos a alguien sinceramente (no tiene por qué ser sólo un amado o amada; puede ser un pariente, un amigo o amiga, cualquier persona que para nosotros sea o haya sido muy importante) siempre nos sentiremos junto a ella o a él; estaremos unidos a pesar del tiempo, de la distancia y de lo que pueda suceder. Estará esa persona en cada lugar, en la contemplación del Cielo, en cada recuerdo, en cada momento y en todas las cosas; nunca se morirá ni se olvidará mientras la conservemos en nuestro corazón. Como decía San Pablo, “El Amor nunca pasará” (1Co. 13:8).

https://www.youtube.com/watch?v=JUpZ1Npj23M






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