sábado, 24 de agosto de 2019

LAS DOS GIOCONDAS

EL MISTERIO DE LAS DOS GIOCONDAS



Hacia la Sala 711 del Museo del Louvre (París) se dirigen gentes de todas partes para apreciar a La Gioconda, quizá o sin quizá la pintura más famosa del mundo, producto de la genialidad de Leonardo da Vinci. Eso sí, si usted quiere admirarla tendrá antes que lidiar un tiempo que puede ser bastante, contra toda la cosmopolita multitud que se agolpa para contemplarla y que se hace cada vez más densa y caótica a medida que se llega; aun así, lo más cerca que se puede estar de La Gioconda es a unos cinco o seis metros (distancia que la hace más pequeña en la visualización), porque el acercamiento está vedado por un cordón de seguridad y unos cuidadores que de mala gana le hacen entender que esté lo menos posible, y además, la pintura se encuentra protegida por una pantalla de policarbonato. Confórmese con verla unos instantes y si tiene suerte hágalo por un minuto, porque cada veinte o treinta segundos se abre la cinta de seguridad por el lado izquierdo para que usted salga y dé paso a los demás. Querer admirar a la Gioconda en el Louvre puede tornarse una experiencia asaz frustrante.

La leyenda dice que el nombre de “La Gioconda” (“La Alegre”) proviene de que se trataría de un retrato de la joven esposa del comerciante florentino Francesco Bartolomeo del Giocondo, llamada Lisa (“Mona Lisa” o “Monna Lisa” significaría en italiano “Señora Lisa” o “Querida Lisa”), originalmente pedido por encargo y pintado por Leonardo hacia 1503. Sin embargo, éste conservó consigo la pintura haciéndole varios retoques hasta su muerte. Fallecido, la adquirió el Rey Francisco I quien la llevó a su Palacio de Fontainebleau, y tras un tiempo en París y Versailles la Gioconda pasó al Louvre (abierto como Museo en 1793, en pleno Terror de la Revolución Francesa) por 1797. Hay quienes creen que Leonardo intentó plasmar y perfeccionar en la Gioconda un ideal de belleza en constante búsqueda. Hay quienes entienden que no se trataría de una mujer, y ven en su figura rasgos andróginos, quizá de algún mancebo (se dice, algún joven amado por Leonardo).

En la Sala 56B del Museo Nacional del Prado (Madrid), casi desapercibida y con perfil bajo, sin mayores admiradores, se exhibe una pintura de la Gioconda que quizá no llame la atención porque suele tenérsele como una copia o una versión de la original, o como una obra de menor calidad. Sin embargo ésta ya estaba en el inventario del Real Alcázar de Madrid en 1666. Una restauración de esta pintura hecha por el Museo del Prado entre 2011 y 2012 reveló muchas sorpresas. En primer lugar, que se trataría de una obra de la misma época que la Gioconda del Louvre, y en la que se usaron para su confección materiales tan nobles como en esta última. Segundo, que habría salido del mismo taller de Leonardo, probablemente pintada por un cercano discípulo y querido de éste entre 1490 a 1509 llamado Gian Giacomo Caprotti, conocido artísticamente como Andrea Salai (téngase presente que en italiano, “Andrea” es nombre masculino), o por otro alumno y dilecto de aquél llamado Francesco Melzi, quien luego de Salai mantuvo una relación muy personal con Leonardo (por así decirlo) en sus últimos años, entre 1508 y 1519. Cualquiera de los dos tenían el acceso más cercano a Leonardo y a sus pinturas, y trabajaban junto a él. Se especula que quizá era la pintura que se destinaría a ser entregada al comerciante Giocondo, y que Leonardo se guardó para sí la que hoy se exhibe en el Louvre. Entonces, esta “versión de la Otra Gioconda” del Museo del Prado (la Gioconda del Prado) ya no se trataría de una mera copia, sino de una “sorella gemella” de la Gioconda del Louvre.

La Gioconda del Louvre posee un tamaño de 77 por 53 centímetros (pintada sobre tabla de álamo), mientras que la Gioconda del Prado tiene unos 76,3 por 57 centímetros (pintada en tabla de nogal). Llama la atención que las dimensiones de la figura de la Gioconda son en ambas pinturas idénticas, y que poseen rasgos casi iguales (con ciertas diferencias de detalle), suponiéndose entonces que ambas procedieron y fueron confeccionadas a partir del mismo calco (aunque la Gioconda del Prado parece más delgada que su gemela del Louvre). Las dos pinturas se realizaron, como ya hemos dicho, con materiales de alta calidad. Las miradas y las sonrisas de las dos Giocondas, si bien son diferentes entre sí, tienen en cada una su peculiar enigma y encanto.

Existen entre ambas obras algunas diferencias de interés pero que no van en desmedro de ninguna. Por ejemplo, el fondo de la Gioconda del Prado es azulado y más luminoso (lo que le da más tridimensionalidad e idea de relieve) que la del Louvre (más verdoso y oscuro); la Gioconda del Prado tiene detalles y colores más nítidos y vivos que la del Louvre (pintada por Leonardo con la técnica del “sfumato”, aunque quizá una restauración de ésta que la libre de barnices y del desgaste podría depararnos sorpresas); la Gioconda del Louvre tiene una frente más grande que la del Prado; la Gioconda del Prado posee cejas y pestañas, mientras que la del Louvre no. Podría pensarse que la Gioconda del Prado sí quiso representar a una mujer mientras que la del Louvre puede interpretarse en este sentido abiertamente.

Estimo que ambas Giocondas son de campanillas, aunque en mi concepto la Gioconda del Prado se presenta como más joven, más femenina, más radiante y más delgada, más seductora (¡oh, creo que me estoy enamorando de ella!) que su “sorella gemella” del Louvre. Pero considérese esta opinión como la de un profano, lo que atenuará mi atrevimiento.

Exponemos en esta entrega de Pseudoculturales las dos imágenes de la Gioconda o Mona Lisa del Louvre y la del Prado. ¿Cuál de ellas más les gusta? Yo tengo mi opinión al respecto, que creo no haber disimulado mucho.

Invito a que escuchen mientras contemplan estos retratos, algunas danzas y músicas de la segunda mitad del siglo XV provenientes de la colección impresa por Ottaviano Petrucci “Harmonice Musices Odhecaton” (1501), que van en el link inferior. Petrucci fue un impresor que inventó un sistema de impresión de música por medio de tipos móviles, y tuvo la particularidad de haber empleado por primera vez en la notación musical el pentagrama (de cinco líneas; antes se usaba el tetragama, es decir, una notación de cuatro líneas que se conservó para el canto gregoriano). No es una música muy habitual de sentirse en estos tiempos aunque tiene su público selecto, pero les animo a disfrutarla. Después de todo, era la música que se oía en los mismos tiempos de Leonardo (también músico entre las infinitas disciplinas que cultivó; nada de lo humano le era ajeno).

https://www.youtube.com/watch?v=_bkBsRS-JSg





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