jueves, 24 de octubre de 2019

EL MISTERIO DE FULCANELLI I


EL MISTERIO DE FULCANELLI (I)





Parafraseando a Terencio, hombre somos y nada de lo humano nos debe ser ajeno (aquél escribió más precisamente al respecto: “Homo sum, humani nihil a me alienum puto” -sic-). Especialmente cuando se trata de lo espiritual. Sea cual sea la profesión, el oficio, el arte o la disciplina que tengamos, poseer una espiritualidad sólida no es un consejo anticuado, ya que nos permite orientar con Valores todos los aspectos de la Vida. ¿Cómo podría entonces sernos ajeno tener una disciplina interior, cuando nos eleva como personas y honra el sano ejercicio de nuestras actividades?

En esta entrega de “Pseudoculturales” recordaremos a un enigmático personaje que reivindicó a la Alquimia como un camino espiritual y la puso al alcance de todos, al servicio del perfeccionamiento de cada uno de nosotros y de nosotras: nos referimos a Fulcanelli.

El verdadero mérito de Fulcanelli fue haber recuperado, en una época tan consumista como la presente, a la Alquimia en su esencia espiritualista, dejando entrever que podía ser una vía de formación interior y de conocimiento tan válida como cualquier otra opción filosófica o religiosa, sin ser la Alquimia una religión y pudiendo discutirse si se trata de una filosofía. A través de la descripción de la simbología existente en Catedrales góticas y en diversas edificaciones, nos fue explicando la Alquimia de una forma sencilla aunque no ordenada, lo que permite fijar nociones y motiva a analizar cómo se desarrolla su proceso.

Y decimos que Fulcanelli fue enigmático, porque su personalidad se ha visto rodeada por el misterio. “Fulcanelli” es un seudónimo; aquél nunca reveló en vida su verdadera identidad, reserva que le dotó de un halo de leyenda. Los autores e investigaciones desgraciadamente suelen perderse en polemizar sobre quién fue, mas ello ha desviado la atención de su enseñanza, que es lo que debería ser justamente lo más importante. Algunos dicen que encontró la Piedra Filosofal, otros dicen que ha ganado la inmortalidad y que vive discretamente entre nosotros todavía; aunque en rigor, Fulcanelli se trató de un simple mortal como el que más.

¿Quién, al pensar en la figura de un alquimista, no evoca a un hombre de la Edad Media o de la Época Moderna enfrascado en solitarios y misteriosos experimentos, ambientado en una penumbra decorada de artefactos de química, mezclas humeantes, antiguos libros y algún esqueleto en un rincón? Esta imagen no describe su verdadero Trabajo, que se desarrolla dentro del propio individuo y cuya Alma es el Laboratorio, el Material y la Obra. La Alquimia es según los entendidos, una Ciencia-Arte Espiritual y no algo materialista, que se nutre de la práctica de las virtudes y no de la revelación del Cielo.

¿Vale la pena embarcarse en estas aventuras abstractas y simbólicas de Alquimias, Cábalas, metafísicas, senderos “New Age”? Vaya a saberse: la comprensión de la misma Verdad parece mucho más simple, sin necesidad de tantas elucubraciones. En esto debemos respetar todas las opiniones y preferencias de cada uno; pero ya que estamos, entremos en la Alquimia y en el mundo de Fulcanelli. No abordaremos una disquisición general sobre la Alquimia, sino que intentamos exponer cómo la concibió Fulcanelli a través de sus escritos. Utilizaremos para guiarnos en estas líneas los trabajos de Jean Artero, Titus Burckhardt, Walter Grosse, Leo Krugerman, unos recuperados papeles, así las obras de Fulcanelli “Misterios de las Catedrales”, “Las Moradas Filosofales”, y una obra apócrífa atribuida a él (hay quienes dicen es una falsificación) titulada “FInis Gloriae Mundi”.

La Alquimia se originó en la más remota Antigüedad. Se ha sostenido que se habría iniciado en la antigua Mesopotamia, y otros en el antiguo Egipto, desarrollándose en el mundo helenístico y en el Oriente del Imperio Romano. En la Baja Edad Media penetró en Occidente de la mano de los árabes y de los judíos, a través de la España musulmana (la etimología de la palabra “Alquimia” proviene del griego Khymeia -“mezcla de líquidos”-, que en árabe se decía “al-khimiya” -الخيمياء-) y del intercambio comercial con Egipto y el Cercano Oriente en tiempos de las Cruzadas.

Conocimiento filosófico místico que utilizaba la terminología de la metalurgia y de los metales en sentido simbólico, adoptando además expresiones de la Mitología pagana, de la Cábala y de la Astrología, la Alquimia también comenzó a desarrollarse paralelamente como enseñanza protocientífica que estudiaba los elementos y sus trasmutaciones, lo que en el devenir dio lugar a la Espagiria y luego a la Química. Como ciencia espiritual la Alquimia alcanzó su cumbre en los siglos XIV y XV, y en su terminología solía predominar el Azufre, el Mercurio y la Sal como elementos básicos; la “Piedra Filosofal” para ellos era una sustancia no necesariamente metálica ni rocosa, sino una esencia o un Elixir. En la época Moderna muchos Estados, reyes y príncipes, necesitados de dinero y de recursos para poder sostenerse económicamente y financiar sus guerras, recurrieron a alquimistas con la esperanza de que pudieran producir oro con sus habilidades. Los siglos XVI y XVII presenciaron numerosos alquimistas operativos preocupados en la transformación material de los metales más que en lo anímico, en muchos casos charlatanes denominados “sopladores” por los alquimistas filosóficos. Esta Alquimia alejada de lo espiritual, que en su vocabulario refería a “plomo”, “plata” y “oro” y buscaba en la Piedra Filosofal el oro, era en realidad una disciplina conocida como “Espagiria” que fue la que dio con el tiempo paso a la Química, al afianzarse en ella el conocimiento científico. En el siglo XVIII y primera mitad del XIX la Alquimia se había desprestigiado y fue vista como una mistificación, hasta que en los últimos años del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX, ciertas corrientes neorrosacrucianas, teosóficas, masónicas y ocultistas la resucitarán como disciplina en sentido espiritual, intentado recuperar su significado y legado antiguo.

Con una peculiar simbología y una extraña terminología, no siempre comprensibles ni asequibles para los demás, se fue compilando el saber alquímico, que cada practicante desenvuelve según su saber y entender hasta donde puede alcanzar. Una de las dificultades que tiene la Alquimia es su lenguaje simbólico que no se presenta como sencillo ni claro, y que aparenta ser inentendible. Los símbolos son para la Alquimia una representación material de lo inmaterial sobre su peculiar conocimiento, cuyo contenido nos lleva a un espacio abierto de significados. Otro busilis de la Alquimia es que los diferentes autores (“alquimistas” o como éstos suelen caracterizarse, “filósofos”) no siempre emplean los términos en el mismo sentido, o difieren en cuanto a la caracterización de las operaciones a realizar o en definir cuáles los pasos del método. No encontraremos nunca en un tratado u obra de esta disciplina, una descripción analítica sobre cuáles son las etapas completas para llegar a la llamada “Piedra Filosofal”, que se supone es la culminación de “la Obra”. Pero con estudio y meditación (“ora et labora”) según los adeptos de la Alquimia, todo puede comprenderse. Ello impone a cualquier estudioso de esta disciplina decodificar los símbolos, determinar cuál es la secuencia y graduar el orden de las etapas de este Camino. Sin embargo, todo se simplifica cuando se entiende, conforme nos enseña Serge Raynaud de Laferrière, que el Azufre es el Espíritu, el Mercurio la Iniciación o la Disciplina, y la Sal la Sabiduría; sobre estos tres elementos se verifica la construcción y comprendido esto, lo demás es disponerse a emprender la labor.

En la próxima entrega intentaremos establecer quién era Fulcanelli. Aunque prevenimos que no sería lo más importante, es menester abordarlo porque ese misterio formó la leyenda y ello le dio un condimento especial a su doctrina.

Mientras tanto les ofrezco para vuestra meditación e inspiración esta selección de obras para laúd conocida como “Lute Music for Witches and Alchemists”, intepretadas por Lutz Kirchhof. En realidad, de “Musica de Laúd para Brujas y Alquimistas” sólo tiene el nombre, pero la Música solía utilizarse por los alquimistas para elevarse durante sus prácticas y estudios (no en vano se conocía a la Alquimia como “Arte de Música”); bajo esta idea Kirchhof propuso esta bella colección de piezas de diversos autores europeos que van desde los siglos XVI a XVIII. En una publicación anterior hemos compartido música concebida especialmente para la Alquimia, como las fugas de Michel Maier en “Atalanta Fugiens” (https://pseudoculturales.blogspot.com/2019/08/la-secuencia-de-fibonacci.html). No obstante, toda música es Magia y Espiritualidad. Abramos con ella la sensibilidad de nuestra Alma.


https://www.youtube.com/watch?v=aDuOzTakY-c&t=3478s



FUENTES DE CONSULTA Y REFERENCIA:
ARTERO Jean, “Fulcanelli. Fulcanelliana”, Arqa Éditions, Marseille, 2017.
BURCKHARDT Titus, “Alquimia” 2ª edición, Plaza & Janés S.A., Barcelona, 1972.
FULCANELLI, “El misterio de las Catedrales”, Plaza & Janés, Barcelona, 1967.
FULCANELLI, “Las Moradas Filosofales”, Plaza & Janés S.A. Editores, Barcelona, 1976.
FULCANELLI, “Finis Gloriae Mundi. Prólogo de Jacques d’Arès”, Ediciones Obelisco, Barcelona, 2002.
GROSSE Walter, “Fulcanelli. Un sécret violé”, Grosse Walter Éditeur, Seixal, 2009.
KRUGERMAN Leo, “Una lectura de las enseñanzas de Fulcanelli” 2ª edición, Los Caminos, Madrid, 2008.





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